Una de esas noches saladas de ambiente pesado, empapadas del calor del verano, yo me lavaba los dientes frente al espejo del baño. Lavarse los dientes es una acción automática que no tienes que pensar demasiado. Mientras me lavo los dientes me voy a otro mundo, viajo fuera de mí, fuera de la acción que estoy realizando en ese momento. No estoy allí. Pensaba en los célebres cerros de Úbeda o en las hadas del bosque, no lo sé, no lo recuerdo. Solo me acuerdo de levantar la mirada y notar algo raro. Un fallo. Era sutil, y tardé un par de segundos en darme cuenta de qué era lo que rompía el esquema. Mi mirada, la mirada de mi reflejo, no estaba mirando lo se suponía que debía mirar: a mí. Se enfocaba un poco más hacia la izquierda, observando fijamente algo que me quedaba detrás. Me pregunté si yo misma estaba detrás de mí, si estaba fuera de la acción literalmente. Todavía con el cepillo de dientes dentro de la boca, me giré para verme. Pero detrás de mí no había nadie.
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Texto escrito como ejercicio para el taller de Creación literaria de La laguna